martes, 9 de noviembre de 2010

Una apología del patito feo venezolano

Una apología del patito feo venezolano.


Se dirigió entonces hacia ellos, con la cabeza baja, para hacerle ver que estaba dispuesto a morir y entonces vio su reflejo en el agua: el patito feo se había transformado en un soberbio cisne blanco.
Hans Christian Andersen (Citado en Cyrulink, 2006).  El patito feo.

A continuación una reflexión de la autora en torno a la versión original del patito feo, adaptada a la realidad venezolana.  Hay muchos patitos feos en nuestro país.  Los hay caminando por las calles con sus ropas curtidas símbolo de la negrura y oscuridad en que habitan. Los vemos con los ojos desorbitados, tratando de encontrarle un sentido a la vida, sin embargo al parecer no lo han conseguido, por ello prefieren refugiarse en la droga, la delincuencia, el alcohol, la prostitución y cuanto vicio le permita evadir su presente existencia. A veces, increpan al otro a través de una mirada, de un abrir de mano clamando ayuda, encontrando en los otros sólo repudio y lástima.
En los liceos y escuelas venezolanas también podemos encontrar algunos patitos feos. Esos que llaman insoportables, irremediables, los que a la mayoría de los educadores no les agrada tener como alumnos.  Total, según éstos no tienen solución, no sirven, hay que reprobarlos, expulsarlos o trasladarlos a otra institución con la excusa: “de un favorable cambio de ambiente”, pero que sabemos que detrás de todo esto se esconde el velo de “no sé como manejar la situación”. Einstein también fue uno de esos patitos feos, sus maestros lo reprobaban constantemente en la escuela bajo la presunción de que era torpe y tarado.  Sin embargo, llegó ser un genio de la física.
Las cárceles venezolanas están repletas de estas aves, viviendo su propia oscuridad y vacío. La aquí relatora recuerda en una visita a la cárcel de Tocorón (Estado Aragua) como uno de ellos manifestara con la mirada nostálgica y vidriosa: “Tengo miedo de salir a la calle, no sé que será de mi vida fuera de este recinto”. “La gente nos ve como bichos raros, como basura, como un excremento social”.  Es obvio; no se creen merecedores de nada.  El silogismo: “Si mi vida no vale, si no soy importante para nadie, porque habría de importarme la vida del otro”.
En muchas familias populares y también de estrato social alto encontramos desde luego, patitos feos.  Esos que llaman la oveja negra, un mal echado, un error del destino, esto último haciendo referencia a la especial cosmovisión del hombre de echarle la culpa (chivo expiatorio) a un poder sobrenatural superior, a veces en el intento de no asumir su propia existencia.  En fin, pueden estar en cualquier lugar y contexto tratando de encontrar ese alguien significante a través de la figura de un maestro, de un religioso, de un vecino, de un orientador o de una familia sustituta que le haga sentir que ellos valen y mucho.  A tal punto de ver reflejado en éstos su belleza transformándose como en el clásico cuento del patito feo en un hermoso y desafiante cisne. Como lo hiciera Bolívar a través de Simón Rodríguez y la negra Hipólita, y como estamos seguros que han sido algunos.  Pero lo más importante es que esos patitos feos deben tal y como el ave fénix decidir si morir o continuar viviendo, aún y a pesar de haber muerto, resurgiendo tras su experiencia de dolor, o por el contrario morir y vencerse. Esta posibilidad la puede brindar la resiliencia. Una salida ante el dolor…Lisbeth González Gómez

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